Me siento en el deber de asumir a viva voz una ocurrencia de suma ignorancia que he tenido en el pasado. Seguramente todos estén expectantes y ansiosos así que no los haré sufrir más.

Me había emperrado con Spinetta. Cuando cursaba políticas y artes detestaba (y lo sigo haciendo) a los seudo intelectuales y seudo poetas que intentan buscarle significado concreto a muchas de sus letras ininteligibles, llenas de sentido pero muy lejanas del inferismo racional. Que quema de amor. No, mezclé.

Me producía tanto rechazo el halo de snobismo rodeándolo que me declaré en contra, automáticamente. También transitaba el apogeo de la rebelión contra la vida y el sentimentalismo, entonces se me daba por el rock más “reactivo”. Como si tanta belleza profunda no fuera una reacción en sí misma.

La cuestión es que encarnaba la falsa oposición Spinetta versus Charly, Spinetta versus Prodán, etc. Un día un chico me inquirió en una fiesta: ¿Pero ellos están peleados?, con tanto nivel e ironía que me enamoré un poco, hasta que se puso lascivo y pesado y su encanto y legado se desvanecieron al unísono.

Más tarde descubrí que el tema que realmente me gustaba de Soda Stereo (soda es un chetismo/fresismo declarado, no cuenta como contradicción) era el que tenia un extracto de Melodía-Spinetta, de hecho solo me gustaba por esa parte; lo archivé como un hecho aislado, un error de la matrix que igual había iniciado la rajadura.

Fui obtusa, necia. Hace un año me rencontré con este flaco, Spinetta, no el lascivo que por cierto no era flaco, con este flaco hermoso con el que celebraría un enlace intergaláctico sin compromisos —dice mi marte acuariano en la casa de a dos— . Y lo dejé entrar, me deje penetrar como me pedía mi última terapeuta tan sugestivamente. Con él entró la inmensidad y uno de los mejores elixires uranianos que he experimentado.

Gracias uranismo, Gracias Sol, Gracias Stelium, Gracias a lo que vive y no muere.